Procastinando voy, procastinando vengo y por el camino me entretengo.

 

Nos vemos inmersas, una vez más (again), en un verbo de la primera conjugación que tantas satisfacciones nos produce; PROCASTINAR.
El arte de dejar una cosa pa hacer otra, pa no hacer ná o, si eso, pa ir pensando si luego lo hacemos o nos seguimos tocando el parrús.
Llegadas estas fechas de iniciar en general y abandonar en particular cualquier cosilla que se tercie…este vocablo nos viene como birra al gaznate.
El gran icono, el único, el inigualable, el procastinador nivel dios de todos los tiempos, es él.

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Mona Lisa Gherardini, ¡qué control de esfínteres!

El porrón de años que tuvo posando a esta pobre mujer,  que le pasaba lo que todas nosotras, que  vez de ir a dar unas pinceladas, te lias a preparar una crujiente de folín culé a las finas hierbas, buscar pelusillas en el ombligo o inventar la bicicleta.
Es lo que tenía el cinquecento.

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Leonardo con Vitruvio, proporcionado a la par que perruno.

Procastinar es muy bonito, se puede hacer sin parar de crear, ahí tenemos a Leo.    Moderadamente…procastino pero solo la puntita.    O postergar y retrasar para nunca empezar, hasta el infinito y más allá.

«Por la calle del después se llega a la plaza del nunca»

  Luis Coloma, escritor, periodista y jesuita español.

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