Hoy queremos abordar un tema que nos pone mucho: los pequeños placeres cotidianos.
Esas pequeñas delicatessen de la vida misma que aúnan a la humanidad y no entienden de clases sociales, razas, sexos, alturas, anabolizantes y mucho menos de metáforas o perífrasis inconclusas.
Que levante la mano a quien no le mole hacer traska en el plástico de bolitas de embalar!
Lo que mola rascarse las marcas del elástico de los calcetines cuando llegas a casa, después de haber salido con 2 grados y vuelto con 18, algo muy común por estos lares.
¿Y qué nos decís de comer el kurrusko del pan antes de llegar a casa?, hacer barquitos en las ensaladas, leer las cartas de los vecinos, el olor de tus propias ventosidades…
Vamos, un mundo de ilusión y fantasía que se remata con el gustirrinin que da reventar granos a diestro y siniestro.
Instantánea de la explosión purulenta
Ese clásico apretón que te da en Versalles, ahí… sin previo aviso, rodeada de siglos de cultura y arrobas de sapiencia…
Cuando, por fin, divisas la toilete, allá en lontananza, empiezas a ver la luz al final del túnel…
Tu vida cobra sentido!!!
Hete ahí el acabose del disfrute.
«Pájaro viejo no entra en jaula»